lunes, 19 de abril de 2010

ARTURO RODRÍGUEZ FERNÑANDEZ, NO SABREMOS NUNCA TODO LO QUE PERDIMOS AL PERDERTE


 Aquiles Julián

Mi primer trato personal con Arturo Rodríguez Fernández fue en 1983. Antes de eso le veía de lejos, sin mayor contacto. En 1982 gané el primer lugar en el concurso de cuentos de Casa de Teatro y al año siguiente fui jurado del mismo, junto a Armando Almánzar Rodríguez y a Pedro Vergés



Los tres convenimos, más por decisión de Pedro Vergés y mía que por la de Armando, más compasivo y fraternal, en no declarar ganadores, dejar desiertos los tres primeros premios y otorgar diez menciones. Fue un enmendar la plana a los participantes para que cuidaran los textos que enviaban a concurso. Freddy Ginebra aceptó el fallo, aunque siempre nos recomendó seleccionar los tres mejores y premiarlos. Pero la intransigencia de Pedro Vergés y mía en no premiar cuentos que habían sido enviados sin el cuidado apropiado para competir en un concurso, se impuso.

Arturo Rodríguez Fernández fue uno de los que participó en ese concurso. Y lo recuerdo porque fue tal vez si no el único, uno de los pocos que sin estar de acuerdo con nuestra decisión, la aceptó con humildad y con el cual conversé amablemente sobre la misma.

Hubo escritores que, antes del fallo, sabiendo que era jurado del mismo, se aproximaron a mí buscando camelarme. Y luego echaron chispas y dijeron barbaridades sobre mí y los demás jurados. El problema es que en el concurso se premian los textos, no las personas. Y si los cuentos no valen la pena o merecen ser premiados, aunque las personas sean excelentes, maravillosas, admirables, los textos no serán galardonados. Y créanme que, por su comportamiento, tampoco lo eran.

Así que algunos se enemistaron conmigo, dejaron de dirigirme la palabra. Otros enfriaron su actitud al máximo. Hubo quienes echaron pestes acerca de mí. Y quienes me desconocieron, al grado de que luego de más de diez primeros premios literarios, entre ellos dos de Casa de Teatro y el Premio de Literatura de la Universidad Central del Este, UCE, aquí se editan antologías literarias en las que aparece todo el mundo menos yo, lo que, por otro lado, no me quita el sueño. Total, el día que quiera hacer una antología en la que yo aparezca, la haré yo mismo y punto.

Saco el caso a colación porque algo similar sucede con Arturo Rodríguez Fernández. Brillante narrador, excelente dramaturgo, ¿dónde están las antologías que reconocen su obra y su talento?


A Arturo Rodríguez Fernández se le tenía envidia. Se le envidiaba su origen social: miembro de una familia de emigrantes españoles que prosperó e hizo fortuna en nuestro país, lo cual parece que algunos nativos lo viven como afrenta y no como ejemplo. Se le envidiaba su evidente talento: ganó premios nacionales e internacionales. Nadie se fijo en su infatigable capacidad de trabajo. En su pasión sin límites por el cine, que lo llevó desde la crítica de cine (era capaz de viajar al extranjero sólo a ver una película), a aventurarse financieramente instalando el Cine Lumiere, un cine de arte que muchos pudimos aprovechar, aunque no hubo el suficiente respaldo para hacer rentable la aventura; y que terminó por crear el Festival de Cine de Santo Domingo, que convirtió en base a trabajo arduo, relaciones personales (que las tenía de sobras en el mundo de cine), determinación y sacrificios en una institución respetable, al que concurrían cineastas y actores de renombre internacional a exhibir sus obras. Y fue un promotor entusiasta y dedicado de nuestro país como lugar ideal para rodar películas.

Su entrega a sus pasiones: el cine, la literatura, era total. Siempre embarcado en un proyecto, siempre con planes a realizar, siempre con tareas pendientes de ejecución.

Cada vez que le veía, en esos escasos pero prodigiosos momentos en que una premiación nos acercaba, él como jurado la más de las veces, y yo como el afortunado ganador, le insistía en que quería hacer un libro digital con sus cuentos. Siempre me prometía enviármelos, pero las ocupaciones no le dejaban tiempo. Me regaló uno de sus últimos libros, lleno de cuentos admirables. Hoy la infortunada noticia de que un infarto fulminante nos lo arrancó de la vida, deja mi modesto proyecto de un libro digital que celebrara su talento y promoviera sus cuentos, trunco. Me debes esa, Arturo.

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